"Pani" (relato)




Por
Miguel Ángel Páez



"Árbol enano

ramas sin fundamento

en primavera"


Al principio pensé que eran versitos de baja estofa, greguerías, ocurrencias extrañas de Paniagua con las que nos pretendía sorprender a primera hora de la mañana. Todos los días al llegar a la oficina y abrir el correo, teníamos el versito del apocado Pani. He de reconocer que yo, la mayoría de las veces, lo borraba sin leerlo. Aquél día, sin embargo, llegué a la oficina más lúcido que de costumbre. Después  de releerlo varias veces, me acerqué a su mesa y le dije que me había encantado su versito, pero que no lo entendía.


«Los haikus no se entienden, se perciben emocionalmente», me respondió llevándose la mano a sus gafitas redondas de alambre. Fue entonces, cuando me explicó que un haiku eran tres versos sin rima, de cinco, siete y cinco  sílabas respectivamente y que además debían incluir un kigo, que era como una referencia a la época del año. Creo que me dijo también que venían del Japón. A pesar de todo eso, seguí sin comprender lo de las ramas sin fundamento en primavera.


Sin embargo, al día siguiente volví a pensar en el  haiku de Panigua, porque hubiera jurado que mi bonsai artificial, junto al monitor, había crecido unos centímetros. No podía ser, pensé.


Andaba yo perdido contando las sílabas del haiku, cuando me llamó el jefe. Acudí a su despacho, allí estaba sentado, quitándose el sudor de la frente con un pañuelo de flores, rebosando las carnes por los laterales de su sillón de cuero y mascando chicle de hierbabuena.


López, alguien ha hecho una cagada y muy gorda, ¿quién coño ha sido? —me dijo con voz de ogro mientras me señalaba una operación fallida  de cincuenta mil euros en su hoja Excel.

Mis ojos cobardes, no pudieron sostener la mirada de sus ojos de hielo.

Ha sido ese maricón de Panigua, ¿no?, —mi silencio condenó a Pani—

Dile a esa piltrafa humana, que venga inmediatamente —me dijo, inflando su papada como un pez globo.


Cuando llegué a mi sitio, Pani no estaba; había ido al servicio. Me senté a esperarlo, tenso. Miré al arbolito y esta vez ya no tuve dudas, el bonsai parecía una coliflor. Seguro que algún malnacido me estaba gastando una broma, pensé. Al fin apareció Pani por el pasillo, se desvió y entró en el despacho del jefe. Alguien lo había avisado.


Oí gritos y bufidos. Después vi a Pani salir del despacho con la cara enrojecida, mirando al suelo.

Cuando se acercó, se dirigió a mí y me dijo:


Me ha despedido; el muy cerdo dice que en esta agencia de bolsa no tienen cabida los maricones, que ya sabía él que con tanto esoterismo y tanta cultura de mierda, terminaría por cagarla y hacer un movimiento erróneo que le haría perder pasta.


Maldije al gordo, le dije que lo sentía y le di un abrazo. Pani, con los ojos enrojecidos, empezó a recoger todas sus pertenencias en una caja de cartón. La foto de su madre, la del segundo premio de drag queen en el carnaval de Tenerife, un pintalabios, una figura rara de la India con cabeza de elefante y una bola de cristal. Cuando terminó, se despidió con un adiós ahogado y desapareció por la puerta. Nadie apartó la vista de su pantalla.


A la mañana siguiente, llegué  tarde a la oficina. Había un gran revuelo. El gordo yacía en el suelo con los brazos en cruz y los ojos en blanco.  Un reguero de espuma salía de su boca, como la lava de un volcán. Los del Samur golpeaban su pecho inútilmente. Al final lo cubrieron con una manta térmica.

Me aparté del tumulto y encendí el ordenador. Había un correo de Pani, se despedía de todos y nos dejaba su último Haiku:


Alma de buitre

Corazón de invierno

Deceso agrio


Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Desvié la mirada de la pantalla y observé el bonsai. Le habían brotado pequeñas manzanas, del tamaño de una canica.


NOTA DE LA ASOCIACIÓN: Queremos dedicar esta publicación a María Ángeles, la mujer de Miguel Ángel Páez. Nunca le olvidaremos.


Comentarios

  1. Juraría que, después de leerlo, mi corazón ha empezado a florecer.
    Yo tampoco le olvidaré nunca.

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  2. Un cuento muy bueno, y un recuerdo imborrable de Miguel Ángel.
    Ramón Silles

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  3. Miguel, nunca te olvidaré, echo de menos tu sentido del humor y esa agilidad mental que siempre conseguía sacarnos una sonrisa. Adiós amigo.

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